MARTITA

Autora: Resolana / 2001

 

Estaba sobre un bastidor, así se denomina a una pequeña especie de balcón de las máquinas diesel del ferrocarril.

Resulta que un día yo estaba sentada allí y observaba tranquila un atardecer naranja que aparecía tras una gran playa de maniobras de un tren de carga.

Habían pasado pocas horas del día de año nuevo y todo el mundo estaba en sus casas, seguramente durmiendo todo lo que la noche anterior habían estado festejando. Yo no había festejado año nuevo, había pasado esa noche mirando los fuegos artificiales desde lo alto del techo de un coche viejo de correos del ferrocarril San Martín. Los había visto de todos los colores y todos los dibujos que pueda una persona imaginar, estrellas gigantes, las orejas y la cabeza de Mickey, hasta unos globos imitando a esos globos gigantes en los que viaja la gente y que son llevados por un fuego que los hace inflarse.

Todo había visto esa noche calurosa mientras comía los restos de asado que habían quedado del día anterior.

Me quedé hasta tarde observando atenta y lejana el crepúsculo. Escuché, de pronto, una bocina chillona, eran cerca de las seis y veinte de la tarde y pasó un tren color azul, blanco y rojo a toda máquina. Parecía que se lo llevaba el viento.

Allí tan sólo comenzó la aventura.

Un día después volviendo a ver el atardecer apasionada como toda una poeta que era en aquella época de mi juventud, el destino me enfrentó una vez más con aquella bocina. Esta vez traté de incorporarme lo más rápido que pude para ver aquel tren que pasaba y dejaba su estela de incógnita y misterio en la vía y en mi vida.

Vale aclarar que entre ese tren y el lugar donde yo estaba habían aproximadamente diez vías del tren de carga de distancia y lograba verlo tras una arboleda gigante donde estaban las vías de los trenes locales, por donde éste pasaba.

Día tras día, semana tras semana, lo escuchaba y cada instante que pasaba crecía en mí una especie de amor, mezcla de incoherencia y fraterna familiaridad.

Así fue como un buen día (de esos), decidí ir en busca de aquel, para mí, famoso y aclamado tren.

Caminé hasta la estación Santos Lugares como solía hacerlo cuando salía de paseo, pero esta vez sería diferente, porque ahora iba a tener muy cerca ese tren...

Zum...tututuc,tututuc,tutuc... tutuc,tutuc... tutuc,tutuc... tutuc...

La máquina, el furgón y dos coches. Pasaron como tiros.

Me quedé mirando en la distancia cómo se veía el tren de atrás y me dio una especie de cosa en el pecho que no podría explicar. Es algo que sólo se puede vivir cuando hay un tren, una persona y ese tren se está yendo cuando esa persona quiere que el tren se quede, pudiendo o no, saber el porqué. Mi caso era el último.

Empezaba a darme cuenta de que ese tren se había metido en mi corazón de una forma inexplicable. Pensé, y razoné que no podía querer aquello que no conocía, entonces cuando llegó el próximo tren local subí, y le pregunté al guarda qué tren era aquel que yo había visto. Demás está decir que con mis explicaciones, el guarda tardó unas tres o cuatro estaciones en descifrar de qué tren estaba yo hablando. Me dio varios datos y el primordial: salía de Retiro todos los días (eso lo sabía), a las 18:00 hs., y que su destino final era Iriarte.

De allí nomás, tomé el tren para el otro lado y me volví para Santos Lugares, adivinen qué... muchísimo más expectante que antes.

Al día siguiente, me levanté bastante más temprano, salí a ver el amanecer de verano y me dije: - hoy voy a viajar en ese tren.

A la tarde, cerca de las cuatro caminé hasta la estación Santos Lugares y me tomé el tren para Retiro con todos mis bolsos empacados. Recuerdo todo como si fuese hoy. Primero pasamos por la estación Saenz Peña y cruzamos un puente grande que dividía la Capital Federal de la Provincia de Buenos Aires. Después había al costado un arbolado muy hermoso y casas muy costosas, rápidamente llegamos hasta la estación Devoto, podría definirla como cálida y pueblerina. Hermosa.

Volvimos a salir y la próxima fue Villa del Parque. Una estación grande como la de Devoto, pero diferente, era alegre, tenía gente por doquier y una calesita a un costado con muchos niños montados a caballo, eso me gustó mucho.

Luego tomamos una curva pasando por debajo de un puente y aparecimos en La Paternal, una estación muy pequeña que en algún tiempo debió haber sido para los trabajadores fabriles.

De allí, con una curva pronunciada, aparecimos en el apeadero de Chacarita, y salimos pronto, el viaje se había vuelto muy interesante, ahora todo me fascinaba. El tren empezó a subir poco a poco del nivel del suelo y aparecimos fugazmente en la flamante estación Palermo. Allí en las alturas.  Desde arriba todo era más emocionante. Todas las avenidas se veían hermosas, los puentes que parecían jaulas por donde pasaba el tren, todo era increíble.

Pasamos, finalmente, por un puente gigante jaula, como los anteriores pero había vías de otros trenes por debajo. Instantes después el tren “aterrizó”, en el andén 5 de la estación Retiro.

Me bajé, bajé todos mis bártulos y me acomodé en uno de los bancos verdes de la estación que, por cierto, eran bastante cómodos. Al rato veo pasar por allí un muchacho de barba muy roja y ojos azules y le pregunté si sabía desde qué plataforma salía el tren que iba a Iriarte, me dijo desde la 2. Tan luego le pregunte si podría conseguir pasaje, por la hora, ya que se había hecho un poco tarde y no quería, por nada del mundo, perderme el viaje. Entonces tras un rasgo de risa en su rostro me indicó que en la boletería conseguiría todos los pasajes que quisiera y se fue.

Yo quedé un poco confundida por la respuesta, pero tomé mis cosas y me dirigí hacia el hall a sacar el boleto que permitiría conocer finalmente ese tren.

Eran seis menos cuarto en aquel reloj de la estación cuyo cuatro eran cuatro palitos en números romanos (llll), eso me llamó la atención, y arriba del seis decía F.C.G.S.M., ese detalle también me llamó la atención y me gustó.

¡Y por fin venía bajando la formación del...!-

- ¡Martita!...

  Me quedé trabada en el grito porque aquel colorado que me había indicado dónde tenía que  sacar el boleto, venía corriendo por la plataforma gritando: - ¡Martita!, como se imaginarán yo no entendía nada, lo peor es que lo miraba al maquinista como llamándolo y yo pensé entre mi: ¿el maquinista se llamará Martita?. Llegó hasta donde estaba el maquinista y le entregó un par de papeles e intercambiaron palabras. Yo subí al tren (con la duda, todavía), acomodé mis bártulos y me senté cómoda. Al rato, aparece el guarda enfundado en gris, con una camisa blanca y un gorro al tono,  observé que el colorado aquel seguía en la plataforma como despidiendo el tren, y luego el guarda hizo sonar su silbato anunciando la partida, el tren dio un bocinazo y nos fuimos.

Todo el viaje estuvo bastante divertido, hasta que llegamos a la estación José C. Paz, en donde el tren prácticamente se llenó.

Como yo estaba sentada en el primer asiento, el guarda se sentó a mi lado, y empezamos a conversar. Me contó que había nacido en España, que de muy chico se había venido a la Argentina, y que había empezado su trabajo en el ferrocarril como cambista. En fin, la cuestión fue que le fui preguntando cosas sobre este tren y allí me saqué la gran duda, al tren le decían MARTITA, porque hacía muchos años había una chica que trabajaba en el tren que se llamaba así. Lógicamente no le conté la confusión mía sobre aquello con el maquinista. Me dijo que él iba hasta Junín, y que lamentablemente, el tren hoy sólo llegaría hasta allí porque la máquina tenía algunos problemitas.

  Yo le dije que no tenía dónde quedarme porque viajaba como turista hacia Iriarte, entonces me recomendó algunos hospedajes económicos en ese pueblo y me dijo que no me hiciera problema porque en Junín esperarían micros que nos llevarían hasta Iriarte a aquellos que íbamos para allá.

  Al rato, entre charla y charla habíamos pasado un par de estaciones, ahora estábamos parando en Mercedes P. (así decía el cartel), eran cerca de las 8:20 hs. de la noche. Le dije de qué forma había conocido el tren y se sorprendió ya que el Martita es un tren social, no turístico, aunque en Junín me encontraría con la Laguna de Gómez, que es extensa y hermosa por donde se la mire.

  El tren arrancó lentamente, ya que estaba oscuro y había cerca un paso a nivel. Después de allí cerré mis ojos, y el guarda me despertó, cerca de Junín, en efecto, al asomarme por la ventana vi muchísimas luces en el horizonte.

  Eran cerca de las once y media de la noche, y arribamos a Junín. Pasamos por un galpón grande que tenía máquinas del tren de carga y al ratito aparecimos en la estación. Era un poco rara, los carteles eran de color celeste y blanco, saludé al guarda atentamente y me indicó dónde tenia qué esperar al micro junto con la demás gente. Caminamos por el andén y enfrente había una plaza con una especie de rueda cortada en un costado, no pude ver bien porque era de noche y al otro lado, había un galpón en donde entró la máquina que nos había traído, me dirigí hacia la calle del paso a nivel, ya que los micros tardarían en llegar y allí vi una máquina a vapor gigante. Toda de color negra, no pude verla con detenimiento porque era de noche y por ese lado no había tantas luces, sólo vi su número: 2206.

  Al rato llegó el micro, la noche estaba calurosa. Subí desperezándome y con ganas de tomar un mate, otro guarda subió y nos dijo que él nos iba a acompañar hasta Iriarte. Este era canoso y también estaba todo vestido de gris, era cuarentón a diferencia del anterior que acusó sus cincuenta y ocho años con entereza.

  Otra vez me senté en el primer asiento, pero esta vez  el guarda se quedó cerca del chofer.    Entramos a dos pueblos, Vedia fue uno y el otro fue Alberdi, al menos esa era la estación a la que correspondía entrar el tren.

  El viaje tardó más o menos una hora y llegamos a Iriarte.

  Me dejaron enfrente de la estación, no pude ver mucho, aunque ya la hora se acercaba a las dos de la mañana.

  Busqué el papel en donde tenía escritas las direcciones que me había dado el guarda que me acompañó hasta Junín y había uno que estaba en la calle Ugarte 535. La verdad es que no sabía ni donde estaba parada pero quería investigar ese tren y estaba en su cabecera e iba a encontrar de alguna forma esa calle.

  Cerca de la estación había una casa con las luces encendidas, había gente adentro, como una familia festejando un cumpleaños, o algo por el estilo. Decidí asomarme por la ventana y preguntar por el “Hotel Iriarte” (¿no habrán pensado estratégicamente en el nombre?). El asunto fue que me asomé y todo el mundo se dio vuelta, les pregunté por el hotel, pero me dijeron que estaba cerrado por cuestiones de seguridad y que se abría al público desde las seis de la mañana. Le dije que muchas gracias y cuando me estaba yendo a ver donde podía descansar con mis bolsos a cuestas, me preguntaron cómo había llegado si el tren se había quedado en Junín, les comenté cómo pasó todo desde la ventana y cordialmente me invitaron a pasar.

  Cuando entré todos se presentaron, era una reunión familiar, la abuela, la más anciana (que por cierto, por la hora y las botellas de evidencia, estaba bastante lúcida), me comentó que un hijo de ella trabajaba en el ferrocarril, y que esta noche no podía estar allí porque tenía que trabajar.

  Charlamos largo rato hasta que el amanecer se asomó y mientras todos se marchaban a dormir, me indicaron dónde encontraría el hotel y que si necesitaba algo no dude en ir a verlos.   Muy agradecida mis bártulos y yo nos marchamos hacia el considerado descanso.

  Llegué al hotel y el recepcionista me informó cómo era Iriarte y yo le dije que sólo me quedaría un día.

  Es que no tenía más plata porque, el dinero que tenía eran unos ahorros que no iban a durar mucho. Este recepcionista me dijo que en Iriarte no había mucho trabajo que si quería trabajar me convendría ir a Junín.

 El tren llegó a la noche muy tarde y decidí marcharme a Junín. Llegué allí a las cinco de la mañana. La estación estaba con la gente que se tomaba el tren y una vez que éste partió nadie quedó allí.

 Salí por la avenida que estaba en el paso a nivel, y caminé hasta llegar a una plaza grande y después, cruzando una avenida ancha estaba la estación de micros.

 A lo lejos ví un letrero que decía: “Hotel”. Me dirigí hasta allí y le comenté al conserje mi situación sobre el dinero y que necesitaba conseguir trabajo. Me dijo que por un día me dejaría pero que tendría que pagarle y me recomendó algunos trabajos por día para poder conseguir algo rápido e ir buscando de a poco algo fijo.

 Decidí quedarme allí, algo muy extraño me estaba uniendo con aquella ciudad, algo en el aire, extraño pero familiar.

 Era tarde y empecé a caminar para conocer las calles de la ciudad, me senté en un banco de la estación dormité una especie de siesta hasta que un tren carguero me despertó trayendo la luz tierna de la luna y su manantial de estrellas que brotaban en la oscuridad.

 Fui hacia el hotel y al día siguiente, salí en busca de trabajo. Luego de una larga mañana recorriendo la ciudad en busca de empleo, casi por convicción, fui a la estación del ferrocarril y me quedé observando para ambos lados, vale decir que en Junín siempre hay, en las vías que están paralelas a donde pasa el Martita, vagones de carga esparcidos como en una pequeña playa de maniobras.

  Es hermoso, siempre se escucha una máquina diesel respirando escondida entre los tantos vagones. También llegan los trenes de Mendoza con aproximadamente cincuenta y dos o cincuenta y tres vagones.

 La cuestión es que al rato de estar ahí ví a un señor todo lleno de grasa con un mameluco que estaba cruzando la vía a unos metros míos y se dirigía hacia el galpón. Lo llamé para ver si él sabía de algún puesto en el ferrocarril. De buenas a primeras me observó con mala cara entonces, y sin pensarlo, me acerqué y me presenté, le volví a contar toda la historia de cómo conocí al Martita y al parecer le caí en gracia.

 Me comentó que ellos estaban trabajando con una máquina, la 6417, una belleza de máquina, una trompa sutil, un tablero alegre y una respiración un tanto agitada: problemas en el escape.

 Luego de una charla y unos mates con este hombre, cuyo nombre era José Luis, comencé a replantearme  qué era realmente lo que yo estaba buscando  allí, en ese tren, en ese lugar.

 Así fue como dos años después logré comenzar a estudiar Ingeniería Mecánica en Junín, en donde me instalé definitivamente y con la ayuda de José Luis y su esposa, y el apoyo de gente que fui conociendo logré financiar y seguir mis estudios y conseguir un muy buen puesto en el ferrocarril.

 Por extrañas que nos parezcan ciertas cosas que nos pasan en la vida, nos pasan por algo; hay que aprender a sacar lo mejor de cada situación por más difícil que esta sea y no perder jamás la convicción de buscar aquello en lo que creemos, por más insólito que parezca.

 La felicidad está adentro de cada uno y se refleja  en todas las cosas que nos rodean, así como todos los demás sentimientos. Está también en cada uno la oportunidad de encontrarla en alguna parte de su propia vida.